La luz de Valencia.
Viendo hace una semanas la serie “El Embarcadero”, que para quien no la conozca se desarrolla entre Valencia y la Albufera, me vinieron a la cabeza 3 pensamientos sobre el aspecto visual:
- Que tiene un gran trabajo de imagen y montaje, sabiendo elegir tanto los emplazamientos como ángulos e iluminación.
- Que sabe conectar tanto la ciudad como la zona de la Albufera, si bien es cierto que los tonos fríos de la serie desmerecen un poco la realidad luminosa de la ciudad (aunque se le perdona por la calidez de las imágenes de los canales y los arrozales).
- Y que ya era hora de una serie que explotara un poco más la capital levantina.
Los que hayan conocido Valencia desde hace al menos 30 años sabrán de lo que hablo: se ha estado transformando poco a poco en una ciudad muy atractiva tanto para el turista como para sus propios habitantes, combinando edificios icónicos modernos con la rehabilitación de su patrimonio histórico, aprovechando sus recursos costeros pero al mismo tiempo potenciando las zonas verdes interiores, y ha sabido conjugar sus tradiciones con la apertura al mundo.
De la desgracia a la oportunidad.
Valencia ya contaba a mediados de siglo XX con un gran patrimonio, como el casco antiguo flanqueado por las torres de Serranos y Quart (símbolos de la antigua muralla de la ciudad), la Catedral y su Micalet (o Miguelete), los edificios modernistas de la Calle de la Paz, la estación del Norte, el barrio de la Malvarrosa…etc. Pero no fue hasta una desgracia que la ciudad sufrió uno de sus cambios más reconocibles: el cauce del Turia.
En 1957 la ciudad sufrió una riada de tal magnitud que fallecieron 81 personas, y las aguas alcanzaron numerosos barrios a ambos lados del cauce. A raíz de aquella desgracia surgió una gran obra de ingeniería para desviar el cauce natural por el exterior de la ciudad, y tiempo después (en la década de los 80) se transformó el antiguo cauce en el gran pulmón verde de la ciudad, unos 8 km de parque, jardines, fuentes y espacios deportivos. Se trata sin lugar a dudas de una de las grandes transformaciones de la ciudad, o al menos la más visible ¿Se imagina el lector un cambio así en un río al paso por Zaragoza o Sevilla?

Con el cambio de siglo la ciudad vio otra gran transformación, también aprovechando el antiguo cauce: la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Una obra monumental, no exenta de polémica, pero de innegable valor tanto para los valencianos como para los visitantes, ya que sus rompedoras formas arquitectónicas así como el desarrollo urbanístico de los alrededores ha creado uno de los barrios más icónicos de la ciudad.

Transformación sí, pero no revolución.
Con obras como la que comentamos, Valencia es una de esas ciudades que ha dado el salto al plano internacional, con nuevos edificios icónicos y transformaciones, pero al mismo tiempo ha sabido mantener su esencia sin perder de vista sus orígenes. Aquí es donde apelo a la memoria de los que la conocen de hace años, para que recuerden cómo se han ido restaurando (y transformando) barrios como el Carmen o el Pilar, los mercados Central y de Colón, los alrededores de las plazas del ayuntamiento o la Lonja, las plazas de la Reina y la de la Virgen, por citar algunos de los cambios más reconocibles.
A todos estos barrios se les ha lavado la cara, tanto a sus calles como a las fachadas, y muchas zonas de la capital valenciana ha ido encontrando un estilo propio, cada una explotando su arquitectura y el estilo de sus habitantes. Así pues podemos encontrar comercios y restaurantes más selectos en la zona centro hacia Cánovas, grandes cadenas en la zona de Colón donde hay más movimiento comercial, o zonas más alternativas con calles adornadas por graffitis en la zona del Carmen, y mucha vida nocturna en barrios universitarios.

Es una de las riquezas de Valencia, su gran variedad, y esa es su gran baza para terminar gustando a todo el que la visita, ya que no dejará indiferente a nadie y cada uno de sus estilos llamará la atención a cualquiera. Visitantes, por cierto, que si bien en los últimos años se han disparado (tanto nacionales como extranjeros) y es fácil verlos llenando terrazas o montando en bici por el río, no se acercan a las cotas de aglomeración que se dan en otras ciudades de España como Madrid o Barcelona, pero sí que le dan un toque cosmopolita y multicultural.
Cultura arraigada.
Pese a que la ciudad se ha ido transformando y al mismo tiempo se ha abierto al mundo, ha sabido mantener su esencia, tanto de su patrimonio como de su folclore y su gastronomía. No solo hablamos de la pólvora, la música y el fuego de las Fallas, sino de haber mantenido el equilibrio por ejemplo entre las cadenas de comida rápida, los restaurantes para turistas (sí, todos somos un poco guiris cuando viajamos a otras partes de España) y los restaurantes con platos tradicionales. Y no sólo de paella viven los valencianos, que tienen muchos más tipos de arroces pero también tienen esgarraet, all-i-pebre, buñuelos, fideuá, horchata… y han sabido mantenerlos y mimarlos para deleite de los autóctonos y foráneos.
De hecho los valencianos tienen sus propios refugios, aunque cada vez les quedan menos (¡maldita globalización!) y para huir del ajetreo, comer como reyes y pasar un día de envidia paseando al sol se pueden ir a algún restaurante perdido entre las huertas, o a la zona de la Malvarrosa o alejarse un poco hacia la Albufera.

Y como extensión de ese mimo por sus raíces también podemos encontrar multitud de comercios de telas, bordados y joyería relacionadas con la cultura fallera y su antigua industria de la seda. Comercios que se complementan con multitud de pequeñas galerías de arte de cualquier estilo, librerías de las de toda la vida, pequeños comercios de ropas de diseños rompedores, artesanos de la cerámica y la madera, todo adornado con escaparates cuidados y estilos muy personales… y que se pueden encontrar cerca del mercado, o por la zona de Tapinería, o por callejuelas del Carmen.

De Valencia al exterior.
Pero si bien estamos centrándonos en lo que ofrece la ciudad no menos importante es el legado que nos dejan algunos de sus hijos pródigos y foráneos que han sabido tratarla y mostrarla al mundo.
Su historia parte desde la época romana, y pasando de largo por la reconquista y siglos posteriores, nos encontramos en tiempos más modernos con el pintor Joaquín Sorolla, uno de sus hijos más célebres, y que supo plasmar como nadie el costumbrismo a pie de playa antes de triunfar internacionalmente. Blasco Ibañez y sus grandes obras, el diseñador Javier Mariscal, el director Luis Garcia Berlanga, los edificios de Calatrava …
Sin olvidar las competiciones deportivas, donde en los últimos años se han esforzado por hacerse un hueco en el panorama internacional, a veces con mayor o menor fortuna, pero albergando grandes eventos como el campeonato de motos, la Copa América, la Fórmula 1, el maratón… eventos todos ellos que han servido como excusa para grandes transformaciones de algunas zonas como la del puerto y alrededores.
Una ciudad-museo.
En definitiva, visitar Valencia tanto si es por primera vez como si ya se conocía anteriormente es siempre un placer, ya que la ciudad está en constante evolución sabiendo mantener su esencia, y aparte de la variedad de oferta cultural, comercial y gastronómica que ofrece se trata de una ciudad-museo bañada por el Mediterráneo, en la que simplemente pasear por sus calles ya es una buena excusa para visitarla.

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